Viene la Niña, pero el país no aprendió a asegurarse
Viene la Niña, pero el país no aprendió a asegurarse
Las cerca de 250 víctimas fatales, los 3,2 millones de personas afectadas y las billonarias pérdidas que dejó la fuerte ola invernal 2010- 2011 no fueron suficiente motivo para que los colombianos adquirieran, durante los últimos años, mayor conciencia frente a la importancia de contar con un seguro que los ampare.
Si bien la venta de seguros en Colombia viene en aumento, esa dinámica no se equipara con el nivel de riesgos que tiene el país no solo por temas de lluvias e inundaciones sino también por las mismas sequías, vendavales y terremotos, según fuentes de la industria aseguradora.
“Aún no hemos logrado que la gente nos haga fila para comprar seguros”, dice Gonzalo Alberto Pérez, presidente del grupo asegurador Suramericana.
Sostiene que la industria viene aprendiendo de esas experiencias (fenómeno de la Niña del 2010 o el terremoto del Eje Cafetero de 1999) y lo que se observa es que, cuando suceden hechos como esos “al otro día todo el mundo corre a asegurarse, pero de cinco que se montan (en un seguro) dos o tres se van en la primera crisis económica”.
Lo que ven los aseguradores colombianos es que aún falta mercado por conquistar, en especial, en los estratos medios y bajos de la población. Prueba de esto es que el nivel de penetración de los seguros en el país apenas llega a 2,7 por ciento (valor de primas emitidas como proporción del PIB), según la Superintendencia Financiera.
En su informe ‘Valoración de daños y pérdidas: ola invernal en Colombia 2010-2011’, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) señalan que la temporada de lluvias que azotó el país seis años atrás, la más fuerte en 30 años, generó daños por encima de 11,2 billones de pesos, de los cuales 4,3 billones (39 %) afectaron solo al sector vivienda.
Sin embargo, el nivel de aseguramiento en ese momento era muy bajo (2,1 %, valor de las primas emitidas frente al PIB) si se tiene en cuenta la magnitud de daños causados por ese fenómeno: 570.000 viviendas y cerca de 786.000 hogares afectados, según el mismo informe. Eso, sin contar las afectaciones ocurridas en otros sectores, como el de infraestructura, agricultura y servicios sociales.
Cálculos de Sigma, división de investigación de la multinacional Swiss Re, indican que los daños asegurados en ese momento alcanzaban poco más de 1,3 billones de pesos, lo que agravó no solo la situación de millones de colombianos sino que retrasó la recuperación de muchas de las zonas afectadas.
Esa marcada diferencia entre los daños causados y los valores asegurados la ratifican las estadísticas del gremio asegurador colombiano (Fasecolda) que indican que las compañías pagaron unos 106.000 millones de pesos en siniestros causados por las inundaciones, aunque calculan que los daños por ese concepto superaron 5,3 billones de pesos, entre 2010 y 2011.
Esto significa que los siniestros correspondieron al 2 por ciento del total de daños causados durante dicho año, enfatiza el gremio.
Vuelve la Niña
En la industria aseguradora hay preocupación porque, si bien se ha observado aumento en los amparos contra eventos catastróficos, este no es suficiente. El problema es que las probabilidades de un nuevo fenómeno climático (la Niña) golpee al país en el segundo semestre son de 75 por ciento, según el Centro de Predicciones Climáticas, de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (Noaa, siglas en inglés).
“Colombia es un país muy expuesto a eventos catastróficos como terremotos, sobre todo en zonas como Bogotá, Medellín y Cali, donde el riesgo es alto y frente a este tipo de eventos es que se deberían amparar las familias”, dice Carlos Montealegre, gerente de Seguros de Propiedad de QBE Seguros.
Por su parte, Adriana Pombo, consultora de DeLima-Marsh, sostiene que cerca de 6 por ciento de todas las viviendas del país está asegurado, lo cual es muy bajo. “Esto equivale a 1,2 millones de viviendas aseguradas. El rezago está en los estratos bajos, pues en los altos, como el seis, todas las viviendas están aseguradas”.
Para Fasecolda, el seguro voluntario de hogar trae buena dinámica este año, pues en el primer trimestre los riesgos asegurados crecieron 43 por ciento al pasar de 3,5 millones a cerca de 5 millones.
A su vez, la cobertura de incendio y terremoto, en el mismo periodo, creció 11 por ciento, al pasar de más de un millón de riesgos asegurados a cerca de 1,3 millones, mientras que 12 por ciento de las copropiedades del país cuentan con el seguro de bienes comunes.
Pese a esos avances, la penetración de los seguros, a nivel general, es una de las más bajas en Latinoamérica, solo del 2,4 por ciento. Esto es un crecimiento de 0,3 puntos básicos en los últimos seis años.
Para la consultora de DeLima-Marsh, los cambios climáticos les exigen a las personas estar más alertas hoy frente a la protección de su patrimonio.
“Hoy se consiguen pólizas desde 230.000 anuales. Los costos dependen del valor asegurado, pero hay que tener en cuenta que las coberturas de esos seguros vienen con un sinnúmero de asistencias que benefician al asegurado en determinados momentos”, dice.
Montealegre, de QBE Seguros, afirma que hablar de costos es complicado porque en la definición de estos entran a jugar muchos factores. No obstante, estima que para una vivienda de 200 millones de pesos, la prima anual del seguro puede rondar entre 300.000 y 500.000 pesos, monto que se puede pagar en cuotas mensuales, trimestrales o como mejor le quede al cliente.
Los aseguradores sostienen que el principal y más importante obstáculo en el aseguramiento de las familias está asociado al hecho de que los ciudadanos consideran que las catástrofes solo ocurren en televisión. Sin embargo, nuestro país está expuesto a un sinnúmero de eventos que pueden afectar el patrimonio de toda una vida.
Carlos Rivadeneira, vicepresidente de Consumo de AIG Seguros, señala que la falta de penetración de los seguros en el país sea una cuestión de resistencia, por lo que se hace “necesario promover más su cultura, es decir, que más personas los conozcan y los usen como un instrumento que les ayude a reducir la incertidumbre frente a las consecuencias de situaciones inesperadas como eventos naturales o catastróficos”.